jueves, 2 de enero de 2014

Sobre como criticamos


Hace poco probé una versión de un programa, no pude encontrar funcionalidades que para mi resultan básicas para editar fotos, perdí tiempo buscando en menús, revisando paneles con iconos ambiguos o similares entre si sin éxito. El resultado del trabajo resultó inferior a lo que podría hacer con las herramientas que uso habitualmente.

Esta mala experiencia la tuve usando el líder del mercado en manipulación de imágenes, perdí varios minutos tratando de rotar una capa, no encontré como corregir la distorsión de lente de la cámara, y me resultó incomodo configurar  el pincel a gusto. La interfaz está plagada de demasiados botones similares, constantemente elegía el pincel con historial en vez del pincel común.

Dada mi experiencia usando PCs y programas (en este caso no estamos hablando de un proyecto amateur, sino de una costosa aplicación para producción gráfica en la que se invirtió mucho dinero en su diseño), el problema no es el software, sino como encaré mi intento de test / critica.

No todo puede diseñarse para que su uso sea instintivo, a veces la herramienta debe cumplir una función tan compleja y no puede simplificarse (o incluso puede ser parte del modelo de tarifa del software el costo de capacitar al personal que va a usar una aplicación, sobre todo cuando está asociado a un hardware específico).

Esto me hace replantear la manera en que he analizado software libre a partir de mi primera impresión. Si bien soy consciente que mi análisis es subjetivo y cargado de preconceptos, resulta muy difícil leer criticas de terceros cuando no sé como piensa, y cuando lo sé, desconfío de la objetividad para criticar ciertas cosas.


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